Autor: Robin Rojas Duno @robinduno
Aunque no lo queramos reconocer, o pretendamos que no existe, el conflicto es un proceso inherente al ser humano. Nuestra condición de seres particularmente diferentes uno del otro, con percepciones distintas y maneras propias de ver al mundo, hace que nuestra convivencia este propensa a verse impactada por el conflicto y de ello no se salvan las organizaciones.
Un conflicto es, esencialmente y desde una perspectiva organizacional, un desacuerdo entre dos o más personas que difieren en algo. Es un proceso donde a raíz de discrepancias, manifiestas o encubiertas, ocurren confrontaciones con el sucesivo daño psicológico, emocional y hasta físico.
Esa relación de intereses contrapuestos, con prolongadas guerras silenciosas o abiertas y ruidosas batallas, erosionan el adecuado clima laboral, lógicamente necesario para que un espacio de trabajo cumpla con sus propósitos.
Desde el escenario antes descrito, cabe preguntarse: ¿Quién no ha sido testigo de luchas internas dentro de su área de trabajo que, aunque no se sienta directamente involucrado, perjudica a todos los que están alrededor? O peor aún… ¿Ha pasado (a veces sin querer) a formar parte de algún batallón de infantería “oficinista” que lo desgasta, a tal punto que piensa y siente que tiene dos “trabajos”?
Esas “fugas” de energía emocional, mental y física, trae como consecuencia la aparición en las personas del tan mencionado estrés, inconformidad y desmotivación asociada a su sitio de trabajo, impactando en el desempeño y rendimiento laboral.
Las personas envueltas (como protagonistas o testigos, da igual) en un conflicto en su sitio de trabajo generalmente “expanden” su situación hacia otros espacios como la familia y sus círculos de amigos, con el consiguiente deterioro de las relaciones interpersonales.
Aunque se ha mencionado lo peligroso que son las confrontaciones abiertas (fáciles de observar y “sentir” apenas nos encontramos cerca de ellas) y las batallas silenciosas (más difíciles de captar pero que igual la percibimos), es oportuno recalcar que un ambiente de falsa armonía no deja de ser un peligro potencial, donde en cualquier momento un conflicto “diferido” toma otra dimensión con consecuencias impredecibles.
Sin embargo, y pese a lo anterior, hoy tenemos buenas noticias. La gestión organizacional enfocada en la gente (quienes realmente son la organización) le ha dedicado tiempo de estudio al conflicto que ocurre dentro de un ambiente laboral. Y con la ayuda de disciplinas como la Programación Neurolingüística (PNL) y la Inteligencia Emocional, han propuesto teorías y lo más importante métodos y técnicas para convivir de una manera positiva (incluso para sacarle provecho) con el conflicto.
Lo importante, para el bien de ese espacio de convivencia que es el sitio donde trabajamos, es que recordemos que se puede trabajar (si es con la asistencia de un experto, mejor) para manejar asertivamente ese antagonismo y esa incompatibilidad de intereses (fuente primaria del conflicto) y cocrear un ambiente laboral donde predomine la apertura, la concentración, la creatividad y el entusiasmo.